martes, 22 de abril de 2014

“El don de la ebriedad” DESATINOS DEL POETA ZAMORANO CLAUDIO EN LA CELEBRACION POR SU SILLON DE LA REAL ACADEMIA DE LA LENGUA


Claudio Rodríguez (1934-1999), poeta zamorano injustamente ignorado, fue uno de los mejores líricos en castellano de nuestro siglo. Creo que bastará con que diga que obtuvo, entre otros,  los premios Adonais (con sólo 18 años), Nacional de la Crítica, Nacional de Poesía, Castilla León de las Letras, Nacional de Literatura, Príncipe de Asturias de las Letras, Reina Sofía Iberoamericano de Poesía y que fue académico de la Lengua. Pero la “gracia” no está en el número de galardones alcanzado, sino en que los logró no habiendo escrito en su vida más que 5 libros de poemas.
Claro, con tan breve obra y extrayendo su peculio de una actividad tan poco jugosa como la poesía, Claudio no andaba muy sobrado de posibles, viviendo con cierta holgura porque a sus ingresos unía los de su mujer, Clara Miranda, que era bibliotecaria.
Pero al tomar Claudio posesión de su sillón en la Real Academia se vio obligado a dar una fiesta para sus allegados que, aparte de los de carácter oficial y de su mujer, eran el dueño de la taberna Peláez, de la que era asiduo, en la calle Lagasca de Madrid, dos amigos y clientes de esa misma taberna y un grupo importante de amistades de su Zamora natal.

Como por entonces no le venía ni medianamente bien hacer un desembolso (los premios más suculentos, el “Príncipe de Asturias” y el “Reina Sofía” fueron posteriores), el poeta pactó con el tabernero el que, aun siendo domingo, día de descanso del establecimiento, permitiese dar un “vino español” a sus invitados en el local, en el que todos entrarían por la puerta trasera para no tener que abrir el acceso a la calle y se le llenase de clientes.
En realidad la toma de posesión de Claudio Rodríguez fue todo un desatino. Para empezar leyó su discurso de ingreso 4 años después de su nombramiento, pues no era capaz de sentarse a terminarlo; tomó posesión en la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando porque estaba en obras la de la Lengua; leyó su discurso sentado, lo que es del todo inusual y menos en un “chico” de 59 años; se pasó toda la lectura del discurso buscándose en el bolsillo del pantalón del frac (los pantalones de frac no tienen bolsillos) su inseparable paquete de ducados; regresó paseando, de noche, vestido de gala, charlando con sus amigos, desde la sede de la R. A. de Bellas Artes, al principio de Alcalá, hasta el lugar de la celebración y, en fin, ésta se produjo en una taberna, lo que tampoco parece muy habitual. 
Cuando Luis Peláez, el tabernero, vio la gente que había asistido al acto se le demudó la faz. Él esperaba a ocho o diez personas en su establecimiento y se le presentaron unas cincuenta. Claro, los camareros gozaban de su “día libre”, así que el pobre tuvo que utilizar como camareros a los dos invitados que también eran clientes y amigos suyos y del vate.
Hubo que pedir pan a los bares vecinos y el industrial hostelero se pasó la “fiesta” partiendo quesos y embutidos, mientras que los dos invitados no zamoranos, uno abogado y otro economista, remangada la camisa, estuvieron hasta altas horas de la noche sirviendo en las mesas bebidas, raciones,  canapés y piscolabis en general a unos paisanos insaciables.
El primer texto publicado de Claudio Rodríguez se denominaba “El don de la ebriedad”; se dice que un buen porcentaje de invitados al evento habían sido profundos lectores de esa obra (o acaso inspiradores).

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